domingo, 22 de marzo de 2009

Zabludovsky, el ícono de los medios.

ELMAÑANA.COM | “De Una a Tres en la Red ” proyecta a un Jacobo que en una época de violencia y desaliento nos contagia su entusiasmo, su amor a la vida; periodista siempre bien informado, enriquecido por su conocimiento a detalle del Centro Histórico de la Ciudad de México, don Jacobo, además de ser un experto en comunicación, es un amplio conocedor del arte de la tauromaquia y no podemos olvidar su amor profeso al tango como género y a la vida de Carlos Gardel, porque como él comenta: “El tango reafirmó su fisonomía, se separa de la canción pampera, del bolero -porque el bolero no describe historias, sino amores (‘Bésame mucho’, por ejemplo), y crea su propia leyenda, que lo hace distintos de otros géneros musicales”.

Bajo el liderazgo experimentado de don Jacobo, un profesional equipo de trabajo informa de manera oportuna de todos los temas, desde noticias económicas, nacionales, internacionales, deportes, sin faltar el resumen de la hora o un tema sustantivo de la conurbación del DF, como la información vial, notas urbanas en el preciso instante en el que suceden; “De Una a Tres en la Red ” es el único programa radiofónico en México que, grabado en viernes, es repetido sábado y domingo.

Mucho tenemos que agradecer a Grupo Radio Centro, al licenciado Francisco Aguirre Gómez, quien tuvo la inteligencia de invitar a don Jacobo para que, el 1 de septiembre del 2001, volviera a la pasión de su vida: la comunicación por radio, a la que se había incorporado desde 1946, en Cadena Radio Continental, como ayudante de redactor de noticieros; posteriormente, en 1947, ingresaría como subjefe de Servicios Informativos de la XEX , para en 1950 iniciar con la producción y dirección del primer noticiero profesional de la televisión mexicana, en donde trabajó ininterrumpidamente durante 50 años, hasta el 30 de marzo del 2000, fecha en que renunció a la mayor empresa de televisión de América latina: Televisa.

Don Jacobo está en el oficio que la vida le tiene asignado, es un hombre que nació para comunicar y vaya que lo sabe hacer espléndidamente bien; su sensibilidad a flor de piel hace que cuando uno escucha su programa, parezca que no da las noticias, que las platica para cada uno de sus radioescuchas, de una forma por demás agradable y amena.

La crónica sin igual desde el teléfono de su carro, el 19 de septiembre de 1985 -la cual le valió un reconocimiento internacional-, expresa por sí misma el oficio de vida de comunicador que don Jacobo transpira: “Algunas veces la labor informativa se ve sujeta a la necesidad de no hacer alarmismo ni amarillismo; hoy cualquier cosa que se diga, dentro de los límites de la realidad, se ajusta a la esfera de una tragedia sin precedentes…”.

Como viejo que soy, creo saber que el secreto del éxito en la vida de don Jacobo es la perseverancia para crecer y servir; que encuentra en Sarita, su esposa y fiel compañera, madre de sus tres hijos y abuela de 10 nietos, mujer talentosa, amable, inteligente, quien con su amor lo ha apoyado para salir adelante, venciendo los tropiezos de la vida y las batallas contra el cáncer; Sarita proyecta amorosamente a Zabludovsky a una armonía con el universo, a convertirse en lo que es… ¡un triunfador de la vida!

Son cientos las anécdotas sucedidas a este hombre sin el cual no se puede entender la segunda parte del siglo XX mexicano, una de ellas es aquella ocasión en la que, el 3 de octubre de 1968, al día siguiente de la matanza de Tlatelolco, Zabludovsky recibió una llamada del presidente Díaz Ordaz, “estaba muy disgustado”, reclamándole que en el noticiero nocturno de la víspera, transmitido por el Canal 4, hubiese aparecido en pantalla portando corbata negra.

- ¡Señor presidente! -explicó Jacobo-, yo uso corbata negra desde hace años… ¡no tengo otra!

El mandatario terminó la brevísima charla.

La figura de los noticieros.
LATARDE.COM |
Cientos, miles de libros reposan en la luminosa oficina de Jacobo Zabludovsky, al poniente de la ciudad de México. Los volúmenes que están al alcance de la mano son de los cronistas de la urbe que, desde las alturas, se observa imponente, gris, cerca de la contingencia ambiental.

Ahí están alineados Artemio del Valle Arizpe, Guillermo Prieto, Salvador Novo y muchos otros.

Cuando la plática gira en torno a Dalí, aparece en escena un libro del pintor. Jacobo explica: “Es su versión del Padre nuestro que viene escrito en distintos idiomas: español, italiano, latín, inglés, japonés, chino”.

Lo muestra con deleite, hoja por hoja, y remata con una sorpresa: la dedicatoria, que incluye un elaborado dibujo en el cual se recrea, como una ensoñación, el encuentro en Cadaqués del periodista mexicano con el genio español.

“Conseguir una entrevista con él era muy difícil, pero entrevistarlo era fácil. Era un tipo de lo más normal hasta que se encendían los reflectores, entonces empezaba a hablar.

Yo ya lo había entrevistado en Nueva York; en esa ocasión, el camarógrafo no encontraba los contactos de luz y él se metió debajo de la cama para ayudarle. ¡Dalí!”.

Por siempre joven
Jacobo Zabludovsky ya tiene 80 años pero se desplaza con la agilidad de un adolescente de figura espigada. Y su buen humor también es el de un joven alegre.

Como quien hace una travesura.

Serio, rechaza que el cáncer le haya hecho los mandados, “porque existe el riesgo de la metástasis. Me regresó una vez, así que tengo que hacerme exámenes cada tres meses.

Si lo detectas a tiempo, tienes chance de vencerlo”.

Define a Emilio Azcárraga Milmo como “un gran empresario que no engañó a nadie, que se declaró soldado del PRI. Fue una suerte conocerlo. Conservo de él un recuerdo profundo de muchas épocas de su vida, incluso casi de su muerte.

Me llamó para dictar en video una especie de testamento días antes morir, en Los Ángeles. Cuando terminamos esa tristísima grabación, se despidió diciéndome: ‘Jacobo, te quiero mucho’; y yo le contesté: ‘También yo a ti’”.

Al preguntarle si a Azcárraga Milmo le molestaba que lo llamaran Tigre, responde: “El único que se atrevía a decirle así era su gran amigo Othón Vélez, y no lo tomaba mal.

Nunca oí que alguien más lo hiciera”.

MONITOREO: LA RESPONSABILIDAD CORRESPONDE A SU AUTOR.

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