Fuente: Terraviva Latina
Análisis de Gustavo González
SANTIAGO (IPS) Ciento ochenta años después de la toma de la Bastilla, Chou En-lai, primer ministro de China desde 1949 hasta su muerte en 1976, sostenía que todavía era muy temprano para sacar conclusiones acerca de la Revolución Francesa y su trascendencia. Tal vez con el mítico Mayo del 68 ocurra otro tanto.
Transcurridas ya cuatro décadas de los acontecimientos que hicieron tambalear al gobierno de Francia, presidido entonces por el general Charles de Gaulle, hay quienes los miran a la distancia como una inútil revuelta estudiantil, mientras para otros representaron la oportunidad perdida de un vuelco fundamental en la historia.
Prevalece, sobre todo, la carga simbólica que asocia a Mayo de 1968 con una explosión juvenil que desafía al mundo de los adultos y sus lógicas, pero que al mismo tiempo termina cediendo a sus cánones. La consigna "seamos realistas, pidamos lo imposible" se rinde ante la sentencia de que "la política es el arte de lo posible".
"El Mayo de los Pingüinos" es el título de un libro lanzado este mes en Chile por dos jóvenes periodistas, Macarena Peña y Lillo y Andrea Domedel, quienes dejan un ágil registro de la génesis y la domesticación del movimiento de estudiantes secundarios que hace dos años puso en jaque al gobierno de este país, encabezado por la socialista Michelle Bachelet.
Guardando todas las distancias del caso, valen las comparaciones entre las barricadas del 68 de París y las movilizaciones de los miles de adolescentes chilenos, llamados pingüinos por sus uniformes, que 38 años después sustituyeron los adoquines del Barrio Latino por los blogs en Internet, los "chateos" y los mensajes de texto de los teléfonos móviles..
El sociólogo chileno Manuel Antonio Garretón sostuvo en la presentación del libro que ambos eventos demostraron que los movimientos estudiantiles no generan por sí solos transformaciones sociales ni políticas definitivas y que así como levantan revueltas clamorosas tienen luego una suerte de virus de agotamiento y desactivación.
En un comentario polémico, Garretón dijo que así como el movimiento "pingüino" decayó en 2006 por la expectativa general en torno a la disputa del torneo mundial de fútbol en Alemania, la proximidad de las vacaciones de verano en Francia desmovilizó a los estudiantes del 68 en medio de una imposible alianza con los partidos de oposición a De Gaulle (1890-1970), quien gobernó su país de 1959 a 1969.
Lo cierto es que en el arco de eventos que dieron forma al Mayo de 1968 encuentran argumentos a favor las más disímiles lecciones, para situar el levantamiento estudiantil como un ejercicio anárquico y nihilista o, por el contrario, rescatarlo como la semilla de una utopía que aún busca convertirse en instrumento de transformación política.
Cuatro décadas después se sigue considerando al Partido Comunista Francés (PCF) y a su secretario general de entonces, Waldeck Rochet (1905-1983), como los encargados de poner paños fríos a las movilizaciones de jóvenes pequeño-burgueses que contrariaban el pilar teórico del papel de vanguardia de la clase obrera.
El mismo 3 de mayo, cuando en la plaza de La Sorbona se producía la primera de una miríada de manifestaciones lideradas por Daniel Cohn-Bendit y sus compañeros, L'Humanité, órgano oficial del PCF, decía en un editorial que los estudiantes rebeldes eran unos "falsos revolucionarios a quienes hay que desenmascarar".
Pero ya el día 15, cuando los 15.200 obreros de Renault --la principal empresa automotriz francesa-- tomaron las instalaciones de la fábrica, retuvieron a los directivos y levantaron demandas congruentes con las de los estudiantes, se hizo evidente que los comunistas y la izquierda parlamentaria en general eran desbordados por sus propias bases.
Las paralizaciones sindicales, que llegaron hasta el personal de la Radio Televisión Francesa, a los maestros, las fábricas de aviones, los ferrocarriles, los astilleros, el gas y demás servicios básicos, pusieron contra la pared a De Gaulle quien, sin embargo, se negó a dimitir y echó mano a dos bazas que lo consolidarían el poder.
La primera, con el beneplácito del PCF, fue el anuncio del lunes 27 de mayo de un incremento del salario mínimo industrial de 35 por ciento y de 12 por ciento para todas las remuneraciones. Tres días después De Gaulle jugó su segunda carta al anunciar la convocatoria a elecciones generales anticipadas.
Rochet y el líder de los socialistas, François Mitterrand (1916-1996), aceptaron de buen grado el desafío electoral, convencidos de que los ciudadanos franceses apostarían a la izquierda como salida cierta a la crisis, pero en cambio la llamada "mayoría silenciosa" dio el 23 de junio un arrasador triunfo al general, que alcanzó 60 por ciento de los votos.
En este retorno a la "normalidad", los comunistas franceses se refugiaron en la ortodoxia y terminaron de romper puentes con la nueva izquierda mientras estrechaban sus lazos con la hoy disuelta Unión Soviética, respaldando en agosto del mismo año la invasión del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia, que abortó "la primavera de Praga".
Años más tarde, Georges Marchais (1920-1997), el sucesor de Rochet, concurriría a la alianza con socialistas y radicales que en 1981 llevó a la presidencia a Mitterrand, de 1981 a 1995, en una réplica de la fallida experiencia de la Unidad Popular en Chile, que en el caso de Francia no tuvo vigencia a largo plazo, precisamente por el éxodo de los comunistas.
Marchais no alcanzó plenamente el diploma de renovador en el marxismo internacional. El apoyo del PCF en 1980 a la invasión soviética a Afganistán dejó a Marchais como un advenedizo del eurocomunismo crítico de Moscú, impulsado por los líderes Enrico Berlinguer, de Italia, y Santiago Carrillo, de España.
La involución del comunismo en Europa occidental, y particularmente en Francia, puede se vista hoy como una de las lecciones invisibles de Mayo del 68, que tuvo también impactos polivalentes en los movimientos juveniles y en las fuerzas de izquierda en América Latina.
También en el escenario latinoamericano hay que advertir la condición de icono de la revuelta estudiantil francesa, que suministró mitos, consignas y algo de teoría tanto a una emergente nueva izquierda, inspirada sobre todo en el guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara, como a las luchas universitarias.
Los cuestionamientos a los viejos modelos autoritarios en la educación superior son casi centenarios en América Latina si se toma como hito fundacional al "Grito de Córdoba", como se conoce al manifiesto liminar que en aras de la democratización lanzaron el 21 de junio de 1918 estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba, en esa central ciudad de Argentina.
En agosto de 1967 en Chile, anticipándose nueve meses al Mayo del 68, jóvenes estudiantes cristianos de la conservadora Universidad Católica, inspirados por el Concilio Vaticano II (1962-1965), exigieron cambios profundos a las autoridades de esa casa de estudios.
La ocupación de la universidad fue impugnada en un editorial del diario El Mercurio como una "maniobra del marxismo", bajo cuyo influjo "se barre contra las jerarquías de la enseñanza superior". Ese mismo 16 de agosto, los estudiantes colgaron un gran lienzo en el frontis de la casa central universitaria: "Chileno: El Mercurio miente".
Este diario, que se considera el más antiguo de lengua castellana en circulación atendiendo a su creación en Valparaíso en 1827, no perdió su condición de medio de prensa más influyente en este país, pero la frase de los estudiantes de la Universidad Católica no ha dejado de perseguirlo como un estigma imborrable.
Las luchas por la democratización de la enseñanza superior en Chile potenciaron a la izquierda en el movimiento estudiantil local, que con el impulso del Mayo del 68 profundizó en ese mismo año un estado de agitación permanente con demandas de democratización del ingreso y de cogobierno en las universidades.
La instalación del gobierno de la Unidad Popular en septiembre de 1970 coincidió con la entrada en vigencia de una reforma universitaria que reconocía a los estudiantes un voto ponderado de 25 por ciento en las elecciones de autoridades y en los cuerpos de dirección colegiada.
Todo esto fue barrido con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que culminó la estrategia de desestabilización del gobierno democrático de Salvador Allende con activa participación del diario El Mercurio.
Mientras se desataba la represión que dejaría más de 3.000 personas desaparecidas y asesinadas, el dictador Augusto Pinochet intervenía los planteles y proclamaba, con su particular retórica: "Señores, a la universidad se viene a estudiar, no a hacer política".
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